La Orden de Toledo

La Orden de Toledo es algo más que una broma organizada por un grupo de jóvenes con ganas de divertirse. Aunque pudiera haber sido ese su origen, con el paso de los años se ha convertido en algo mucho más complejo. Sirvió como elemento aglutinador de una serie de intereses comunes entre un grupo de jóvenes que tenían un futuro muy prometedor. El paso de los años la convirtió para la mayor parte de sus componentes en algo nostálgico y de gratos recuerdos y para otros muchos en algo mítico.
“Toledo…en la década de los 20 recibió a un grupo, en apariencia, igual a los demás, y lo hubieran sido de no ser por la trayectoria posterior de muchos de ellos. La biografía y el recuerdo de muchos de estos personajes son hoy la fuente imprescindible para acercarnos a esta especie de broma y caricatura esperpéntica que formaron aquellos que estaban deseosos de nuevas experiencias estéticas y vivenciales. La búsqueda de la sorpresa, la rebeldía juvenil, el gusto por lo desconocido, por la leyenda, lo escondido e incluso lo que provocaba miedo y respeto fueron causas que atrajeron a este grupo de estudiantes. Allí le hicieron, en sorprendente simbiosis, cómplice de sus "locuras".
Venta de Aires (1924): Dalí, Mª Luisa González, Buñuel,
Juan Vicens, José Mª Hinojosa, José Moreno Villa
Estos jóvenes viajeros son poetas, escritores y estudiantes madrileños, los mismos que en Madrid están tejiendo la avanzada cultural de esos años y que lo serán de los venideros. Hablamos de la llamada Orden de Toledo. Así fue como Luis Buñuel denominó al grupo de amigos que visitaban Toledo en ciertas ocasiones, en busca de sus singularidades y de su belleza. Esta Orden, muy lejos de ser lo que la palabra nos sugiere, recordándonos las viejas órdenes militares o nobiliarias, fue un capricho o broma creada por el citado cineasta, en la que se seguían rigurosas condiciones para poder acceder o permanecer en ella, pudiéndose incluso ser expulsado de la misma.
Todos ellos buscaban en el Toledo de los años 20 nuevas experiencias.[1]
 “¿A qué respondía esta Orden, quién la creó y cuando, quiénes la integran? Todos los problemas históricos pudieran aclararse como éste si estuvieran en vida los actuantes. Yo mismo, sin saberlo, figuro en ella, por determinación irre­batible del fundador y Autocondestable Luis Buñuel. Éste me informa que des­pués de muchas visitas a Toledo en plan romántico—bohemio—delirante, con amigos y amigas, se le ocurrió fundarla; él nombró Caballeros a los que eran dignos de serlo y él fijó los grados de cada quien según los merecimientos, actuaciones y experiencias tenidas en la más fantástica población de España.
Esto ocurrió el año 1923, cuando la osadía juvenil de los "alacres"[2] esta­ba culminando. Es pues, signo de alacridad, y por eso lo registro. Aunque yo era catorce o quince años más viejo que Buñuel, Dalí, García Lorca, Garfias y otros de los Caballeros, la "alacridad" me envolvió en cierto modo…
Venta de Aires (1924): Pepín Bello, José Moreno Villa,
Mª Luisa González, Buñuel, Dalí, José Mª Hinojosa
Un historiador escrupuloso añadiría que muchos de los componentes de esta Orden, siendo "alacres", se diferenciaban ya de Gómez de la Serna en la índo­le de su revolucionarismo. Podría decirse que eran más surrealistas que cubis­tas. Con lo cual apunto que la preocupación política, y hasta demagógica, asomaba en ellos… Pero en realidad o en el fondo, el gran móvil era la osadía juvenil.”[3]

 Creación de la Orden de Toledo

 Buñuel: El día de San José de 1923, fundé la «Orden de Toledo», de la que me nombré a mi mismo condestable. Aquella «Orden» funcionó y siguió admitiendo nuevos miembros hasta 1936.
La decisión de fundar la «Orden» la tomé, como todos los fundadores, después de tener una visión.
Se encuentran por casualidad dos grupos de amigos y se van a beber por las tabernas de Toledo. Yo formo parte de uno de los grupos. Me paseo por el claustro gótico de la catedral, completamente borracho, cuando, de pronto, oigo cantar miles de pájaros y algo me dice que debo entrar inmediatamente en los Carmelitas, no para hacerme fraile, sino para robar la caja del convento.
Me voy al convento, el portero me abre la puerta y viene un fraile. Le hablo de mi súbito y ferviente deseo de hacerme carmelita. Él, que sin duda ha notado el olor a vino, me acompaña a la puerta.
Al día siguiente tome la decisión de fundar la «Orden de Toledo».[4]                

Reglas de la Orden

 ·         Cada uno debía aportar diez pesetas a la caja común, es decir, pagarme diez pesetas por alojamiento y comida.
A Buñuel le gustaba mucho disfrazarse, sobre
 todo de sacerdote, fraile y monja.
·         Había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias.
·         La fonda en la que nos hospedábamos, lejos de los hoteles convencionales, era casi siempre la «Posada de la Sangre», donde Cervantes situó La ilustre fregona. La posada apenas había cambiado desde aquellos tiempos: burros en el corral, carreteros, sabanas sucias y estudiantes. Por supuesto, nada de agua corriente.
·         Los miembros de la «Orden» tenían prohibido lavarse durante su permanencia en la ciudad santa.
·         Comíamos casi siempre en tascas, como la «Venta de Aires», en las afueras, donde siempre pedíamos tortilla a caballo (con carnes de cerdo) y una perdiz y vino blanco de Yepes.
·         Al regreso, a pie, hacíamos un alto obligado en la tumba del cardenal Tavera, esculpida por Berruguete. Unos minutos de recogimiento delante de la estatua yacente del cardenal, muerto de alabastro, de mejillas pálidas y hundidas, captado por el escultor una o dos horas antes de que empezara la putrefacción. Se ve esta cara en Viridiana [es en Tristana] Catherine Deneuve se inclina sobre esta imagen fija de la muerte.
·         Después, subíamos a la ciudad para perdemos en el laberinto de sus calles, acechando la aventura.

Para acceder al rango de caballero había que:
·         Amar a Toledo sin reserva
·         Emborracharse por lo menos durante toda una noche
·         Vagar por las calles.
Los que preferían acostarse temprano no podían optar más que al título de escudero.

Buñuel en el campanario de la
catedral de Toledo (1936)
Los caballeros de la Orden de Toledo no iban a la ciudad matriz en busca de los detalles que emboban a los turistas, sino de experiencias personales. En vez de alojarse en los hoteles señalados por las Guías, se acomodaban en las Posa­das de la Santa Hermandad o de La Sangre, entre arrieros, burros y telarañas que seguían siendo los mismos que en tiempos de los Reyes Católicos o de Cervan­tes. Cenaban y bebían sin continencia y se lanzaban luego al laberinto de las calle­juelas que, desde luego, estaban menos alumbradas que ellos. Hacían mofa de los monumentos consagrados, pero besaban las piedras por las que habían pisado generaciones y razas y mucha gente como ellos, los Grecos, Lope de Vegas, Cervantes, Herreras, Quevedos, Calderones. Alucinados e inquietos, buscaban sitios de miedo; caminaban esperando sorpresas.[5]
Los Hermanos de la Orden de Toledo hablaban alto, opinaban, escandalizaban. Hasta cantaban mirando a las chicas o inventaban palabras para lanzarlas como dardos contra los muros y hasta frases que eran alabanza y requiebro. Desbordábamos una alegría que no iba demasiado bien con aquella ciudad amurallada, siempre a la defensiva. Debieron creernos invasores. Invasores que caminaban sobre el pecho de la Historia de España igual que las chinches de la Posada de la Sangre sobre el pecho de Rafael.[6]
Los jóvenes caballeros gastaban todo que traían de Madrid y tenían que pedir dinero por telégrafo o recurrir a dibujar en los cafés y vender los dibujos. El pintor Ucelay tuvo que hacer esto en cierta ocasión para regresar a la capital.[7]

 Los miembros de la Orden

Condestable: Luis Buñuel
Secretario: Pepín Bello
Caballeros fundadores: Pedro Garfias, Augusto Centeno, el pintor vasco José Uzelay, Sánchez Ventura, Federico García Lorca y su hermano Paco y una sola mujer, muy exaltada, discípula de Unamuno en Salamanca, la bibliotecaria Ernestina González (degradada).
Caballeros: Hernando y Lulu Viñes, Rafael Alberti, José Barradas, Gustavo Durán, Eduardo Ugarte, Jeanne, mi esposa, Monique Lacombe, Margarita Manso, María Luisa González, Ricardo Urgoiti, Antonio G. Solalinde, Salvador Dalí (degradado), José M. Hinojosa (fusilado), María Teresa León, la esposa de Alberti y los franceses René Crével y Pierre Unik.
Lista de componentes de la Orden de
Toledo hecha por Buñuel en México
Escuderos: Georges Sadoul, Roger Désormieres y su esposa Colette, el operador Elie Lotar, Aliette Legendre, hija del director del Instituto Francés de Madrid, Madeleine Chantal, Delia del Carril, Helene Tasnon, Carmina Castillo Manso, Nunez?, Mondolot, Norah Sadoul, el pintor Manolo A. Ortiz y Ana María Custodio.
Jefe de invitado de escuderos: José Moreno Villa
Invitados de escudero: Luis Lacasa, Rubio Sacristán, Julio Bayona, Carlos Castillo G. Negrete que
Invitado de invitado de escudero: Juan Vicens, Marcelino Pascua

 Iniciación

 Rafael Alberti: “Cumpliendo clausulas severas del reglamento de la orden, los hermanos dejaban la posada cuando ya del reloj de la catedral había caído la una, hora en que todo Toledo parece estrecharse, complicarse aún más en su fantasmagórico y mudo laberinto. Aquella noche de mi iniciación en los secretos de la orden salimos a la calle, llevando todos los hermanos, menos yo, ocultas bajo la chaqueta, las sabanas de dormir, sacadas con sigilo de las camas de nuestros cuartos. Luis Buñuel actuaría de cofrade mayor. El acto poético y misterioso preparado para la madrugada, iba a consistir en hacer revivir toda una teoría de fantasmas por el atrio y la plaza de Santo Domingo el Real. Después de un tejer y destejer de pasos entre las grietas profundas del dormido Toledo, vinimos a parar al sitio del convento en el instante en que sus defendidas ventanas se encendían, llenándose de velados cantos y oraciones monjiles. Mientras se sucedían los monótonos rezos, los cofrades de la hermandad, que me habían dejado solo en uno de los extremos de la plaza, amparados entre las columnas del atrio, se cubrieron de arriba abajo con las sabanas, apareciendo, lentos y distanciados por diversos lugares, blancos y reales fantasmas de otro tiempo, en la callada irrealidad de la penumbra toledana. La sugestión y el miedo que comencé a sentir iban subiendo, cuando de pronto las ensabanadas visiones se agitaron y, gritándome: "¡Por aquí, por aquí!", se hundieron en los angostos callejones, dejándome -una de las peores pruebas a que se veían sometidos los novatos de la hermandad­ abandonado, solo, perdido en aquella asustante devanadera de Toledo, sin saber donde estaba y sin la posibilidad consoladora de que alguien me indicase el camino de la posada, pues además de no encontrar a esas alturas de la noche un solo transeúnte, en Toledo, si no le informan a uno a cada treinta metros, puede considerarse, y aun durante el día, extraviado definitivamente.”[8]

 Ritual
Nombres y fechas de las personas
que acompañaron a Buñuel en sus
visitas a Toledo (1921-1936)

1) Rafael Alberti: Pasada ya la media noche, salíamos todos los hermanos de la orden, llevando las sábanas de dormir enrolladas bajo la chaqueta. A esas horas las calles de Toledo parece que se estrechan y alargan, no adivinándose el final, llenas de oscuridad y silencio. Llegábamos a la plaza de Santo Domingo el Real, en donde está una de aquellas iglesias toledanas que en la noche son como descendidas de algún anubarrado y misterioso firmamento del Greco. Buñuel, casi siempre, ya que era el cofrade mayor, hacía del más alto y principal fantasma, rodeado de los demás, todos, como él, cubiertos por las sábanas, en el instante en que se encendían las ventanas de un convento de monjas, llenándose aquella oscuridad, temerosa y escalofriante, de monótonos cantos y oraciones.[9]

2) Pepín Bello: “El plan de Toledo pues, ¡bah! teníamos muy poco dinero, como estudiantes, contábamos con muy pocas posibilidades. Y el viaje consistía en irse el sábado por la tarde, cuando ha anochecido ya por la tarde, a Toledo, en tren naturalmente, y en tercera, en tren y en tercera. Parece mentira pero entonces se tardaban dos horas, de Madrid a Toledo, en el tren.
Llagábamos a la estación y a pie subíamos a Toledo. Bueno allí ya pues, nos sentábamos en Zocodover a tomar una copa o nos empezábamos a callejear y a beber dieces de tinto. No, no, no era nada de lujo, nada, y además no teníamos para más. Y muchas veces nos alegrábamos un poco y tal. Después llegaba la hora de la cena, y en cualquier tasca, pues cenábamos.
Y después de cenar, si ya, el callejear por Toledo, el ir a la plaza de Santo Domingo el Antiguo y todo aquello, donde estaba la bibliotequita de Bécquer.
Bueno pues, así andábamos pues hasta bastantes horas de la madrugada, hasta las dos o las tres de la mañana. Charlando, evocando, callejeando sobre Toledo: ¡es tan extraordinario!
Y ya pues a una cierta hora, ya nos recogíamos. Y nos recogíamos en la Posada de la Sangre, que estaba allí, que dijeron que la iban a reconstruir, bueno yo creo que es irreconstruible...
Era pues un patio sucio y tal, desempedrado, empedrado, y con un carro a un lado y con una mula comiendo al otro, y una escalerilla que sube...eso no se puede reproducir, eso es una cosa que la hizo así el tiempo, los siglos y eso no se puede reconstruir. Por eso yo creo que han hecho bien, en no... Hubieran hecho un pastiche. Bueno y allí dormíamos. No me acuerdo si dormir nos costaba algo así como una peseta o así, dormir. Un sitio de limpieza bastante dudosa, claro.
Hernando Viñes, Buñuel y
Lulu Jourdan en el campanario de la
catedral (1936)
Y ya por la mañana nos levantábamos, le estoy diciendo un día cualquiera vamos, nos levantábamos e íbamos a Zocodover, lo primero a Zocodover, la posada estaba a dos palmos de Zocodover. Y en Zocodover desayunábamos. No teníamos el cuerpo del todo entonado porque habíamos dormido poco, y habíamos bebido bastante y tal y cual, y en fin, allí en Zocodover descansábamos un poco. Nos tomábamos un café caliente y tal. Y entonces fue cuando Buñuel descubrió que descansaba mucho y que despejaba la cabeza limpiarse el calzado. Y era verdad, era verdad. Parece una frivolidad pero es verdad. De estar mal dormido y tal, y con el cuerpo bien tocado...por lo menos había betuneros, había muchos, ya no creo que haya ninguno.
Bueno. Y nos limpiábamos el calzado. Y empezaba la visita a Toledo, que empezábamos por la Catedral. Empezábamos por la Catedral, bueno íbamos a ver... digo una vez ¿verdad? Claro hemos ido a ver [...] San Lorenzo, digo Santo Tome y, bueno yo me conozco todo Toledo bastante bien. íbamos a la catedral, subíamos hasta el campanario. Me acuerdo que había a la mitad de altura o así un pasillo que decía Paso a los gigantones. No sé si existe eso ahora.
Bueno y allí en el campanario que tiene huecos a los 4 lados, pues allí pues veíamos Toledo, donde íbamos a ir luego, donde habíamos estado otras veces, pues allí y tal, pues allí el Alcázar, pues allí tal, Santo Tome, el [...] de Santo Tome no se llega a ver, depende. Y así pasábamos de un hueco a otro de la torre hablando y disfrutando de Toledo, vamos. Y allí estábamos un buen rato.
Luego pues seguíamos callejeando un poco e inventando algunas cosas o lo que fuera e íbamos a comer a la Venta de Aires, no a la actual Venta de Aires que yo no le quito nada a la actual, pero no tiene carácter ninguno. Y aquella sí, aquella era una ventita que estaba también fuera de Toledo, una venta pequeña, pues nada, con un pequeño patidillo blanqueado, sería como esta habitación con una parra, una cosa modesta, todo. Una venta de extrarradio. Pero en fin, hacían las perdices muy bien, las perdices escabechadas, y tenían buen...muy buen vino de Yepes. Y allí pues nos tirábamos la tarde, hablando, Federico recitaba, que recitaba muy bien, Dalí pues hacia sus cosas, sus... Moreno Villa venia con nosotros ¿lo conocen ustedes a Moreno Villa?


Posada de la Sangre, donde solían hospedarse
durante su visita a Toledo
Bueno, total que después de...ya se echaba la tarde encima y había que volver a Madrid y tal, y desde la Venta de Aires, pues si hay una cosa que no fallaba nunca es ir al Hospital Tavera, al Hospital, al Hospital de Afuera. Y allí sí hay, dábamos una vuelta [alrededor] viendo a los grecos y viendo sobre todo el sepulcro de Tavera, con las escaleritas al pie de madera ¿verdad? Allí pues claro, se filosofaba y se inventaba y se hacia todo lo que se podía decir. Bueno realmente es un sepulcro...un sepulcro extraordinario. Y la efigie de él es escalofriante de verdad. Bueno pues allí hablábamos, en el patio aquel dividido, el patio de allí es precioso. El patio más bonito de...no de España, del mundo. Y de allí pues lentamente y tal pues a la estación y a Madrid, y eso era todo lo que hacíamos.”[10]

 Anécdotas

 Un día, un ciego nos llevo a su casa y nos presentó a su familia de ciegos. Ni una luz en toda la casa, ni una lámpara. Pero, en las paredes, cuadros de cementerios, hechos de pelo. Tumbas de pelo y cipreses de pelo.

A menudo, en un estado rayano en el delirio, fomentado por el alcohol, besábamos el suelo, subíamos al campanario de la catedral, íbamos a despertar a la hija de un coronel cuya dirección conocíamos y escuchábamos en plena noche los cantos de las monjas y los frailes a través de los muros del convento de Santo Domingo. Nos paseábamos por las calles, leyendo en alta voz poesías que resonaban en las paredes de la antigua capital de España, ciudad ibérica, romana, visigótica, judía y cristiana.

Una noche, muy tarde y nevando, mientras callejeábamos, Ugarte y yo, oímos de pronto voces de niños que cantaban las tablas de multiplicar. De vez en cuando se interrumpían las voces y se oían risitas y la voz grave del maestro. Después se reanudaba el canto.
Apoyándome en los hombros de mi amigo, conseguí izarme hasta una ventana; pero las voces callaron bruscamente y yo no pude ver más que oscuridad ni oír más que el silencio.[11]
Posada de la Sangre: Mª Teresa León: "¡Chinches
toledanas! ¡Noches toledanas!...¡Rafael, Rafael,
despierta! ¡Me están comiendo las chinches!
Otra noche, estando con las hermanas Ernestina y María Luisa [Gonzá­lez] el mismo Condestable, esperando que las monjas de un convento entona­ran sus cánticos a las dos de la madrugada, vieron rondar dos figuras. Ellos estaban sentados en un poyo de rinconada, fumando, hablando bajo y disparándose besos. A la segunda o tercera vuelta, los rondadores se fueron aproximando cau­telosamente Buñuel se levantó y empuñó la pistola que llevaba.
-¿Qué quieren ustedes?
-Somos policías.
-A ver las placas.
-Como éstas (enseñándolas). Y, ahora, venga esa pistola.
-Tengo licencia. Véanla.
-Está bien, pero vámonos a la comisaría.
-Ya en ésta, preguntó el comisario a los guardias qué traían; contestaron:
-Pues... aquí éstas... se besaban con este joven y estaban fumando...
-Hay muchas señoritas hoy que fuman y se besan –contestó bonachón el comisario.
El Condestable y sus amigas pudieron seguir sus románticas peregrinaciones.[12]

 Epílogo

Venta de Aires: siempre pedíamos tortilla a
caballo (con carnes de cerdo) y una perdiz
y vino blanco de Yepes
 En este ambiente selecto, sin duda, elitista pero que debió tener su importancia en un Toledo demasiado apaciguado por el peso del tiempo y la tradición. La aventura fue esporádica, y aunque no sirvió para revitalizar la adormecida cultura toledana si caló en sus protagonistas, como una fogonada más en aquella formación rebelde y vanguardista que desembocó en las principales creaciones de avanzada de la cinematografía, literatura y arte españoles.[13]

Y termino de nuevo con Rafael Alberti:
Le recordaba yo a Buñuel aquellas fantasmagóricas noches toledanas, como también algunas de sus feroces bromas, entre otras, la de lanzar, a la madrugada, grandes cubos de agua bajo la puerta de las celdas donde dormían Federico, Pepín Bello o Dalí... ¡Tiempos gloriosos en la Residencia madrileña de Estudiantes!
-¡Chico! -me interrumpió, entusiasmado, atenta la mirada, con esa expresión fija, escrutadora, de los sordos- ¡Qué maravilla que me estés recordando ahora todo eso después de más de 50 años! ¡Qué bueno! No nos hemos renovado en nada. Seguimos hablando de lo mismo.[…]
-Es verdad, Luis. Tienes razón. No nos hemos renovado en nada. Aquellos maravillosos años circulan aún por nuestras venas, fecundándonos, cegándonos con deslumbrador recuerdo. [14]

Se puede descargar el catálogo de  La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, aquí.
La visita al cardenal Tavera, tal y como
aparece en Tristana


[1] Angelina Serrano de la Cruz Peinado: La Orden de Toledo: una aventura en el Toledo de los años 20. En: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, págs. 96-99
[2] Persona alegre y dispuesta a hacer cualquier cosa.
[3] José Moreno Villa: La Orden de Toledo, Boletín de la Fundación Federico García Lorca, nº 16, diciembre 1994, pág. 92
[4] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, págs. 72-75.
[5] José Moreno Villa: La Orden de Toledo, Boletín de la Fundación Federico García Lorca, nº 16, diciembre 1994, pág. 92-93
[6] María Teresa León: Memoria de la melancolía. Tomado de: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, págs. 37-38
[7] José Moreno Villa: La Orden de Toledo, en: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, págs. 15-16.
[8] Rafael Alberti: La arboleda perdida. En: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, pág. 23
[9] Rafael Alberti: Luis Buñuel en Venecia, El País, 3, 3, 1985. Copiado de Internet.
[10] Entrevista con Pepín Bello. En: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, págs. 29-32.
[11] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, págs. 72-75.
[12] José Moreno Villa: La Orden de Toledo, Boletín de la Fundación Federico García Lorca, nº 16, diciembre 1994, pág. 93
[13] Angelina Serrano de la Cruz Peinado: La Orden de Toledo: una aventura en el Toledo de los años 20. En: La Orden de Toledo. Un recorrido vanguardista 1923-1936, Laboratorio de Creaciones Intermedia, 2005, págs. 96-99
[14] Rafael Alberti: Luis Buñuel en Venecia, El País, 3, 3, 1985. Copiado de Internet.

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